La ciencia del lenguaje positivo: cómo nos cambian las palabras que elegimos
- franmartinezbm
- 3 sept 2016
- 7 Min. de lectura
El libro de hoy es "La ciencia del lenguaje positivo" escrito por Luis Sepúlveda, como dice el propio titulo trata de la importancia que tiene el saber usar el lenguaje positivo para mejorar nuestra vida.
A partir de varias investigaciones llegan a la conclusión de que cuantas mas palabras positivas utilicemos y cuanto mas conscientes somos del lenguaje que utilizamos, mas felices vivimos, o al menos esas acciones serán sin duda un instrumento para ello.
Luis Sepúlveda nos habla de que es esencial "habitar " nuestras palabras, con eso se refiere a darles un sentimiento y un sentido. Ser conscientes de nuestro lenguaje, saber utilizarlo a nuestro favor, poder influir en las personas y en nosotros mismos.
La forma con la que nos hablamos (nuestra vocecilla interior) dice mucho de nosotros.Tenemos que tratarnos con respeto y amabilidad.
A este libro le tengo un cariño especial, no fue el primero pero si el que me enganchó a este tipo de lectura. A parte me encantó porque me interesa todo lo relacionado con la neurociencia y la inteligencia emocional y este libro abarca estos temas. Lo he disfrutado muchísimo y es un libro muy nuevo, de marzo de este año.
La parte elegida este vez es una pequeña historia de la que he aprendido muchísimo y no me voy a olvidar nunca de ella, si me tuviera que quedar con alguna historia leída hasta ahora sería esta (muy acorde a la inteligencia emocional):
SER COMO UNA CEBRA
La toma de conciencia trae consigo la posibilidad de vivir por encima de nuestras realidades, transformando así <<la cruda realidad>> y recreando un punto de partida que nos permita vivir mejor y con mejor plenitud. Para ello debemos conducir las exigencias que trae la propia vida en forma de problemas o preocupaciones que nos reportan el conocido estrés y la consabida ansiedad.
Como ejemplo queremos exponerte el funcionamiento del cerebro de las cebras ante el ataque de las leonas, un ejemplo que nos recuerda nuestro propio funcionamiento cerebral ante el ataque de "nuestras leonas" cotidianas.
Las leonas tiene orejas puntiagudas y olfato prodigioso cuando se encuentran apostadas detrás de los débiles y numerosos tallos de la sabana. Esta gloriosa felina está justo enfrente de su presa, una cebra, que se halla todavía a ciertos metros de distancia, los suficientes para que todavía no pueda oler el aroma del peligro. La leona tienes los músculos tensos, toda la atención puesta en las manchas que logra distinguir, la respiración profunda y lenta, en comunión con el aire denso que le trae todos los pequeños matices esenciales para alcanzar su objetivo. En un momento determinado el sistema de alerta de la cebra se enciende, su sistema nervioso autónomo simpático, el sistema de vigilia, vierte los suficientes corticoides al torrente circulatorio que hacen que la cebra corra y, ahora sí, sea consciente de que su carrera es mortal de necesidad. Su hipotálamo no deja de segregar el combustible que necesitan su cerebro y sus músculos. Compite contra sus hermanas, la más lenta servirá de banquete a la manada de hambrientos leones.
En cuanto pasa el peligro, el cerebro de la cebra tiene la sensata función de dejar de segregar los corticoides emergentes y se produce un hecho milagroso que nos muestra cómo funciona su cerebro: en lugar mirarse unas a otras y preguntarse cómo ha ocurrido el ataque, en lugar de recordar una y otra vez cómo las garras de las leonas presagiaban lo peor y tuvieron que salir despavoridas en una carrera loca, en lugar de preocuparse por el futuro sabiendo con certeza que aquel momento mortal volverá a repetirse, en lugar de todo eso, las cebras pastan.
Ahora nosotros somos la cebra, y la leona adopta la forma de un jefe con un encargo de última hora, un trabajo aburrido y monótono, una pareja enfadada porque no la escuchas, un hijo adolescente que no sale de casa o suspende tres asignaturas, una deuda, una hipoteca, un cliente que no llama o que llama fuera de sus cabales, un embarazo que no llega o uno que no pediste, una operación grave, una enfermedad inesperada, un sueldo escasísimo que no da para nada, un desamor, un simple error, un fallo que te expuso a las miradas de los demás, un minuto fatídico en el que dijiste lo que pensabas de verdad, un examen, un profe que no te entiende, una vida que depende de ti... o cualquier cosa que, de forma subjetiva, se parezca un poco a las orejas puntiagudas de la leona. Y es entonces cuando llevamos nuestra leona encima de nuestras cabezas como un nubarrón de comic que nos acompaña a donde quiera que vayamos: nos cepillamos los dientes y ahí está inmóvil, latente en forma de pensamiento que se pegó inconscientemente, sin quererlo; nos miramos al espejo y no conseguimos ver que se nos puso cara de jefe, examen o hipoteca.
Nuestro cerebro sigue segregando corticoides una vez pasado el peligro, la disputa, el suceso o incluso antes de que pueda ocurrir lo que es devastador. Nuestro tracto digestivo se cierra, el ritmo respiratorio se acelera vertiginosamente, se inhibe la secreción de hormonas sexuales y, por tanto, el deseo. El resultado evidente es que la sangre circula mas deprisa y con más fuerza, y en momento de máximo estrés el corazón quintuplica su actividad con respecto a un periodo de reposo. La leona no está, pero su amenaza afecta gravemente a nuestra salud, ya que nuestro cuerpo empieza a somatizar la preocupación: nos sentimos nerviosos, irritables, estamos enfadados con nosotros mismos, dormimos mal porque nos contamos una y otra vez la misma historia que nos persigue y nos asalta, y esto es literal; comemos mal y deprisa, sin dejar de dar vueltas a aquello que nos preocupa; el peligro que nos amenazó nos devora poco a poco y la leona se convierte en depresión, perdida de memoria o enfermedad.
Nuestra salud está en juego, al igual que las cebras, nos encontramos ante una tesitura de vital importancia; por un lado dejar que nuestro hipotálamo siga generando el cortisol de la preocupación o convocar a nuestro sistema nervioso autónomo para que genere la suficiente serotonina que nos transmita paz y calma. ¿Qué podemos hacer para optar con garantías por esta segunda opción? Una pequeña sugerencia tiene que ver con ser un poco cebra, <<pastar>> como ellas en cuanto pase el peligro y dejar de adelantar o darle vueltas a las consecuencias del contratiempo que vivimos. <<Pastar>> en este caso significa saborear, es decir, alargar el disfrute de lo que hagamos, introducir la pausa necesaria en nuestra rutina cotidiana, viviendo con determinación cada momento, estando presentes y disfrutando de lo inmediato que nos depare el día. De esto trata precisamente el siguiente apartado, de sentirse cebra y disfrutar de esa condición.
Y ahora las características de una persona feliz:
UNA PRESENCIA INOLVIDABLE
Te proponemos una primera toma de conciencia. A continuación verás algunas de las casi cien características personales de las 678 monjas extraídas de la investigación, de sus propias palabras y de su estilo emocional vivido. El doctor David Snowdon afirmaba que algunas de las religiosas tenían una «presencia inolvidable». Y eso es precisamente una de las cosas que más impacta de algunas personas: su presencia memorable, digna de ser recordada. Lo que traen es lo que son. Para comprender esta lista piensa si tu presencia, al igual que la de las monjas, podría decir cuán inolvidable es tu forma de vida. Anota tus respuestas, mide el porcentaje y, si lo deseas, ahí tienes un camino para empezar a mejorar.
Algunas características personales:
1. Tienes una sonrisa maravillosa y siempre preparada.
2. Miras a los ojos mientras hablas.
3. Tiendes la mano como un hecho físico. Das abrazos.
4. Das ánimos.
5. Tienes pasión e impulso por ayudar a otras personas. Eres una persona generosa y amable.
6. Tratas con cariño y respeto. Con educación y afabilidad. Con sencillez.
7. Generas confianza. Eres digno de confianza.
8. Eres paciente e inteligente (no es opcional).
9. Tienes capacidad de asombro no agotada.
10. Eres alegre y agradecido. Entusiasmado con el día a día, con todas las horas.
11. Eres independiente. La clave es el entusiasmo y seguir avanzando.
12. Te muestras abierto a nuevas ideas y posibilidades. Nunca es demasiado tarde para empezar.
13. Buscas conocer bien a las personas.
14. Tienes sentido del humor. Reírse de uno mismo aleja la mente de los impactos negativos.
15. Eres una persona que tiene atención, que sabe concentrarse, que tiene autoconciencia y autocontrol.
16. Sabes agradecer. Sabes por qué debes estar agradecido. Ayudas a que la gente viva más y mejor.
17. Buscas tener una vida lo más plena posible. Creas objetivos e intenciones de cumplirlos. Tomas decisiones. 18. Realizas ejercicio con regularidad (practicas y disfrutas con un deporte o te gusta caminar).
19. Te coges un tiempo para reflexionar, meditar o estar en silencio contigo mismo.
20. Vives las emociones y los desafíos de la vida.
21. Conmemoras y celebras acontecimientos, alegrías, recuerdos...
22. Te encanta saber cómo se sienten los que te rodean.
23. Permaneces abierto a los hechos, incluso cuando ponen en entredicho todo cuanto crees saber.
24. Tienes deseo de vivir.
25. Comes saludablemente y en buena compañía. La comida, además del cuerpo, alimenta también el corazón, la mente y el alma. Por eso es importante no sólo lo que comemos, sino también dónde y con quién comemos.
26. Tienes una pasión que mueve tu vida.
27. Tienes un tiempo satisfecho. Un corazón alegre. Riqueza emocional expresada, sea positiva o negativa.
28. Eres una persona receptiva. No decaes en tu voluntad receptora. No decaes ante el cansancio, no te resignas ante las exigencias de cada nuevo día.
29. Tienes una ventana abierta al desarrollo.
30. Tienes calor emocional en la memoria. Un proyecto de vida consciente.
El economista británico Richard Layard afirma que la felicidad es buena para la salud: «Midamos como midamos la felicidad parece un hecho que conduce a la salud física», refiriéndose al estudio de las monjas.
La cantidad de sentimiento positivo mostrado por una monja de veintitantos años resultaba un excelente pronóstico para saber cuánto tiempo viviría. Las monjas viven su estilo emocional desde el corazón al cerebro y desde el cerebro al corazón, viven sus emociones, sus palabras y su lenguaje en su verdad más profunda, y es a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de «habitar» el lenguaje.
Todavía quedan un par de entradas de este libro.
Merece la pena leerlo, te cambia la concepción del uso del lenguaje por completo.
Comentarios